febrero 06, 2015

El Caribe aburrido




Libro: Hasta que pase un huracán

Autor: Margarita García Robayo


Editorial: Laguna Libros


Páginas: 67




Margarita García Robayo ha logrado decir elocuentemente en su novela “Hasta que pase un huracán” algo que a los colombianos clase media con ilusiones de movilidad social no les gustará oír, pero que es, al leer este libro, claro como el agua. Y triste. Que ser un colombiano de clase media es aburrido. “El medio era el peor lugar para estar: casi nadie salía del medio, en el medio vivía la gente insalvable; allí no se era tan pobre como para resignarse a ser pobre para siempre, entonces la vida se gastaba en el intento de escalar y redimirse. Cuando todos los intentos fallaban -era lo que solía pasar-, desaparecía la autoconciencia, y en  ese punto ya todo estaba perdido. Mi familia, por ejemplo, no tenía autoconciencia. Tenían fórmulas para evadirse, para mirarlo todo desde arriba, por allá lejos en su pedestal de humo. Y en general lo conseguían.” En el mundo caribeño de la protagonista de esta novela no existe tal movilidad social, excepto hacia abajo, lo que tampoco es tan grave, porque como dice ella: “Ser pobre era exactamente igual a no serlo. No había de que preocuparse". ¿Entonces de que hay que preocuparse? De irse.

¿Pero irse para donde? La narradora de esta novela ya no se siente identificada con las motivaciones vitales de sus padres que llevan vidas intrascendentes pensado que no lo son: "Mi papá echaba y contrataba choferes cada día de por medio, y eso le servía, uno: para sentirse poderoso; dos: para no pensar en nada más”. 

En esta novela, la protagonista nos cuenta de sus deseos de escapar de esa vida anodina de una Cartagena “bellísima y también feísima”, su Cartagena, la de su familia, la de la gente como ella, la de los “insalvables”. Esta mujer solo quiere irse, confiesa que desde pequeña siempre ha querido ser “extranjera", como los que gringos que visitan Cartagena. Y efectivamente se va varias veces, (¡a los Estados Unidos!) lo que no le sirva para escaparse de lo único que no puede alejarse en un avión. De esa ilusión anodina de ser otra cosa. De que al final está haciendo lo mismo que su papá echando choferes, que su mamá inventando melodramáticas intrigas familiares, que su hermano que se logra casar con una “potorra” por la "green card". 

Hay otro personaje: Gustavo. Él sí ha viajado por muchos países, y después de ir dejándolos atrás termina viviendo en un ranchito, junto al mar, pescando para vivir y sin necesitar mucho más. La protagonista lo visita muchas veces a lo largo de la novela. Allí Gustavo le cuenta unas historias que destacan por su simpleza y por su indeterminación. En una de estas visitas la protagonista le pide a Gustavo que le cuente una historia en la que ella aparezca: 

“Había una vez una princesa dulce y buena, que tenía un solo defecto: no sabía distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo horrendo, lo diabólico de lo celestial, lo perverso de lo inmaculado…”



En el Caribe de esta novela no es posible distinguir nada. Es una ciudad igual a todas las ciudades en las que los gringos veranean: sin ninguna magia, sin historias, sin maestros, sin espíritu. Los personajes viven como sonámbulos y están vacíos. “Hasta que pase un huracán” es un dibujo de una mediocridad posible; de un tedio posible; y de una pequeña, húmeda y escurridiza ilusión de redención; de una joven caribeña; de una Cartagena muy sincera.

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David Roa @conejoroa

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